Un alacrán que no llega a enamorar

Pasados cinco años de que Santiago A. Zannou ganara el goya a director novel con El truco del manco, regresa a los cines españoles con su siguiente película de ficción después de haber coqueteado con el documental. 

Basada en la novela de Carlos Bardem, Alacrán enamorado nos sitúa en la vida de un joven, interpretado por Alex González, que se encuentra ante un cambio de perspectiva y de mundo. No hay mejor edad que la veinteañera para reflejar la serie de problemas a la que muchos de nosotros nos enfrentamos hoy en día. Y es una bonita metáfora de cómo esas pequeñas cosas y objetivos que nos marcamos nos modifican y nos permiten evolucionar. El ejemplo en particular de la película es el boxeo.

Miguel Ángel Silvestre, los hermanos Bardem y Judith Diakhate conforman el resto del reparto, junto al nazismo como un personaje más.

Lejos de estar a la altura de películas como American History X, saca algún elemento de ésta como pueda ser el vínculo entre hermanos. Esto siempre es una buena forma de introducir lo ambientales que son este tipo de ideologías extremas que tienden a grupos conocidos para introducir una manera de pensar y actuar. Dentro de este contexto el protagonista entra en contacto con otro mundo adictivo, el deporte. 

El profesional del boxeo Hovik Keuchkerian lleva a cabo un papel muy parecido a su vida real. Es ese director de gimnasio que concede segundas oportunidades y permite al protagonista entrar en contacto con la realidad. Una realidad que no siempre será bonita y en la que saldrán a flote muchos sentimientos. Por otra parte, el boxeo en la película parece mantener una línea bastante fiel y coherente con el deporte fuera de la ficción, que resultará atractiva para los amantes de éste.

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“A él le puedes caer mal, pero no te odia”. Al final es el odio lo que nos hace caer.

Uno sabe perfectamente lo que se va a encontrar, entretenimiento. Pero no va más allá de eso. Le falta intensidad. Se nota que se quieren tratar más a fondo los temas de lo que el tiempo de la cinta permite y eso conlleva un paso por todo sin detenerse bien en nada. Se abren muchas puertas y ninguna termina de cerrarse bien.

Eso sí, uno sale de la sala creyéndose Batman.